"Bienvenido a Rapture". Seguramente esta frase les sonará a todos los que disfrutaron de uno de los mejores shooters de la actual generación: Bioshock. Para mí fue toda una sorpresa cuando apareció ya que por aquel entonces no estaba tan bien informado sobre este mundillo y la primera noticia que tuve de la primera entrega de la saga fue una demo en el bazar de la Xbox 360. Cuando lo probé no podía creer lo que veía, esos gráficos no podían ser posibles. Pero no sólo fueron su magníficos gráficos los que le impulsaron a la cima, sino un argumento y unos personajes memorables como pocos. Y tiene un gran mérito que un juego en el que los personajes ni siquiera aparecen sino que te hablan a través de la radio sea famoso por el carisma de los mismos. En definitiva fue un grandioso juego y se esperaba con ansia su segunda parte aunque ésta no tuvo el éxito que debía siendo la continuación del gran Bioshock. Aunque no fue un mal juego ni mucho menos pero el listón estaba demasiado alto (personalmente disfruté la segunda parte tanto como la primera).
Cuando Bioshock Infinite se presentó a todos les extrañó su repentino cambio de estética. Ni ciudades sumergidas, ni espacios claustrofóbicos inundados, y lo que era más alarmante: ni rastro de los Big Daddys.
Estos últimos eran la seña de identidad de la saga, unos seres enormes embutidos en trajes de buzo con un taladro gigante en uno de sus brazos y una fuerza sobrehumana. Durante dos jugos nos habían hecho temer por nuestras vidas en cuanto oíamos sus lúgubres gemidos y sus pesadas y contundentes pisadas. Al igual que hizo Némesis en la famosa saga de Capcom, cada vez que un Big Daddy aparecía, o corrías o te preparabas para darlo todo en un tiroteo que podía acabar con todo tu arsenal. Ahora, en su lugar, se instauraron los Handdy Man, unos seres roboticos con enormes manos y una cara de hombre calvo inexpresiva. La verdad es que dan grima, hay que reconocerlo pero después de los Big Daddys, los Handdy Man tenían que hacerlo muy bien para instaurarse en nuestras mentes como lo hicieron los enormes buzos.
Cuando Infinite empieza lo primero que destaca es la capacidad de hablar del protagonista, ya que hasta ahora los de los anteriores juegos eran mudos. Y esto le da unas posibilidades mucho más grandes de interactuar con otros personajes y más adelante, con la aparición de Elizabeth, se notará y le dará al juego una profundidad de las que los otros carecían. Cuando llegas por primera vez a Columbia, la ciudad dónde se desarrolla el juego, la magia de Infinite se desatará ante ti. Todo está vivo, sus gentes, su escenarios, todo, absolutamente todo está recreado con mimo y detallismo. Como todo shooter lineal deberás seguir un camino predefinido, pero siempre tendrás libertad de movimiento por unos escenarios semi abiertos en los que puedes encontrar objetos de mejora, munición y otros coleccionables que harán que sea aun más divertido pasearnos por los increíbles escenarios.
Cuando Elizabeth aparece, el juego toma una nueva dimensión. Quizá sea el personaje secundario más trabajado que yo haya visto en un shooter. Es absolutamente humana, reacciona como lo haríamos nosotros, siente miedo, curiosidad, alegría y su cara lo expresa de la mejor manera posible, haciendo que, tras unas horas, no podamos concebir el juego sin Elizabeth a nuestro lado. Y lo mejor es que acompañarnos no será lo único que hará. Además de darle al juego un componente emocional brutal, será extremadamente útil durante los constantes tiroteos. No será extraño encontrarnos sin munición cuando Elizabeth nos lanza una caja de balas haciendo así que sobrevivamos a un enfrentamiento que se veía perdido. Y lo mismo ocurre con la salud, si estamos en las últimas, la chica nos tirará un botiquín que nos dará las fuerzas necesarias para acabar con los últimos enemigos que nos acechan. Y cuando todo haya acabado, nos dará el dinero que ha recolectado para que podamos resarcir nuestros recursos o mejorar nuestro equipo. En otras palabras, no es el típico personaje que lo único que hace es atascarse en la primera escalera que cruza y fastidiarnos la partida, sino que se trata de una acompañante memorable que en ocasiones pesará más en la historia que el protagonista que estamos controlando.
En el apartado gráfico y artístico es sin duda dónde Infinite hará que nos embelesemos. No es que tenga los mejores gráficos de esta generación pero sin duda sabe como enamorarnos. Con unos personajes extremadamente vivos y expresivos, unos escenarios que destilan belleza, unos enemigos que nos estremecerán y sobre todo una historia que sabe mantener la intriga y hacernos pensar. Puede que el apartado de la historia sea el más problemático en mi opinión puesto que peca de ser demasiado enrevesada a veces y cuando el juego termine quedarán un par de cabos sueltos que no descifraremos a menos que investiguemos en la red. Pero lo básico se entiende y, con todo, tenemos un glorioso juego que supone un gran soplo de aire fresco en el ya tan manido género de los shooters en primera persona, pero sin renunciar por ello a los elementos típicos para que disfrutemos de unos ágiles tiroteos sin pensar demasiado.
Y eso es un punto muy a su favor. El juego te permite darle gusto al gatillo pero, al acabar, encontrarás lugar para la exploración. O quizá sólo quieras pasear y deleitarte con los escenarios. O tal vez solo querrás ver que expresiones faciales está poniendo Elizabeth. Las posibilidades son "Infinites". Lo que es seguro es que este juego no te va a decepcionar si te gustan los shooters. Para mí, uno de los mejores del año y de toda la generación. Desde luego si la saga tiene que seguir adelante, espero que lo haga siguiendo las pautas marcadas con Infinit. Lejos quedan ya los espacios cerrados e inundados de Rapture y sus Big Daddys, les agradezco los buenos momentos que me hicieron pasar, pero es hora de dejar paso a Columbia y sus Handdy Man.
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